Ambiciones
___House of Cards___
¿Os acordáis cuando Ambiciones era la morada más comentada de España? Siempre pensé que el nombre a la finca le venía al pelo, pues más rabia, deseo y soberbia era imposible concentrar por metro cuadrado en aquel chaletazo. Allí todo el mundo quería su parte del pastel y no le importaba despedazar vivo al de al lado si con ello lograba su objetivo. ¿Os imagináis lo mismo pero llevado al estamento político? No es difícil de trasladar, ¿verdad? House of Cards, la premiada serie de Netflix, es la Ambiciones de la clase política estadounidense.
Estamos ante un thriller político que narra, en tono dramático y con un ritmo frenético, las peripecias de los congresistas, senadores y demás fauna política de Estados Unidos. El grueso de la trama se concentra en el ascenso político de Francis Underwood (Kevin Spacey), un desalmado congresista, carente de toda ética, moral y escrúpulos, dispuesto a todo para alcanzar sus metas. En el camino contará con la incondicional e imprescindible complicidad de su “bendita” esposa (Robin Wright); una mujer atractiva, elegante y serena, pero fría como el hielo y despiadada como ninguna otra, entregada por completo a la causa conyugal y política. Los Underwood no tendrán ningún reparo en aprovecharse de periodistas, colegas, empresarios y pobres civiles inocentes con el fin de hacer realidad sus más oscuros y ambiciosos deseos profesionales.
David Fincher (Perdida, El club de la lucha, Seven) es el responsable de coordinar la genial dirección de una serie diez. Hacía tiempo que no me quitaba el sombrero con tanta devoción. ¡Qué barbaridad! Comparte similitud de tono con Homeland y maestría y rigor de guión y personajes con Breaking Bad. La trama política de House of cards es original, retorcida y manejada con mano firme. Bravo por un equipo de guionistas inteligente y muy concienzudo. Los giros argumentales, las maniobras políticas y los recovecos de la trama, incluso cuando se trata de la historia personal de los secundarios, son abrumadores. No hay cabos sueltos, nada chirría. Todo fluye con majestuosa elegancia. La profundidad psicológica hace que cada personaje cobre vida y demande autonomía. No se ven los hilos del hacedor. Son los propios personajes los que, con la complicidad del espectador, avanzan sin preguntar a su creador. La voz cantante la lleva el matrimonio Underwood, pero el coro de secundarios es tan potente que la melodía final es celestial. En el dúo protagonista podemos ver cómo la complicidad de dos personas, emocionalmente gélidas y ambiciosas hasta decir basta, traspasa la pantalla, convirtiendo al espectador en el tercer miembro de un trío muy sexy. Y si hablamos de los actores solo puedo decir: Guau! Ambos merecen premios hasta quedar enterrados. Kevin Spacey quita el hipo en cada escena. Frases, miradas, medias sonrisas. Siento decir esto por mis queridos actores de doblaje pero, por favor, versión original para poder gozar de los continuos y sonoros “absolutely not” del Spacey. Su personaje goza de un atractivo extra. Frank Underwood es especialista en saltarse las normas, incluidas las cinematográficas. Por eso, mira a cámara constantemente, incluso habla con ella, buscando la complicidad de un espectador que se convertirá en aprendiz de hechicero político, pero también en aliado secreto.
Los diálogos son rapidísimos y contundentes. Las frases lapidarias de Frank Underwood merecen un marco bonito y ser colgadas sobre el sofá. El lenguaje que se utiliza es complejo y las conversaciones son muy técnicas pero, dejando a un lado los detalles políticos que harán las delicias de los más entendidos, la trama global se sigue perfectamente (con alguna vuelta atrás puntual para terminar de leer un subtítulo correcaminos). Los dos finales de temporada son enérgicos y rotundamente climácicos.
Sin duda alguna, es una serie que refleja sin miramientos la vertiente más oscura de la casta política, la cara norte del famélico poderoso, el lado abrupto de los seres humanos. Un inteligente ejercicio de guión que para alguien que escribe es todo un ejemplo a seguir, pero también el motivo de una inconfesable envidia nada sana. Si sois amantes de la ficción inteligente, no podéis perderos este regalo de serie. Pero, cuidado, si secretamente os atrae lo sibilino de un ser humano, caeréis al instante en las delicadas pero infalibles garras de Frank Underwood y señora, el matrimonio más siniestro de la televisión pero también el más atractivo. A disfrutar, mis queridos conmarujos.
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