La maruja común cotillea en la pelu; la postmoderna tiene un blog.
Monstruos invisibles
___Babadook___
¿Quién no ha crecido con un monstruo imaginario? ¿Una pesadilla recurrente, un miedo irracional? Todo niño tiene el suyo. En mi caso era un yonqui que vendría por la noche a pincharme y a contagiarme el sida. Maldita paranoia ochentera… Lo dramático del asunto es que cuando crecemos, los monstruos no se van, se transforman. Lo que antaño tenía forma corpórea, en la edad adulta se convierte en terror abstracto. Miedo al fracaso, a la soledad, a mostrarnos tal como somos… Sí, todos tenemos monstruos invisibles.
El protagonista de Babadook es un niño obsesionado con las fantasías siniestras que su despiertísima mente es incapaz de controlar. De noche no duerme y de día no puede pensar en otra cosa. Su madre, que enviudó dramáticamente seis años antes, vive angustiada por los problemas de su hijo. La falta de sueño está destrozando los nervios de ambos, algo que hará que la realidad se confunda con la ficción y los monstruos imaginarios empiecen a definirse de un modo más real. Babadook es una película escalofriante con un planteamiento brillante. Exageradamente largo y repetitivo, consigue transmitir al espectador la sensación de hastío y desesperación que vive la madre de un niño muy problemático. Nos sumergimos por completo en el tormento de una mujer superada por una maternidad en solitario que no esperaba. Esta primera parte es de un angustioso supremo, pues provoca ese tipo de terror tan palpable, tan fácil de comprender y de imaginar en tus propias carnes, que te pone los pelillos de punta. Las interpretaciones magistrales de madre e hijo consiguen elevar al infinito la sensación de demencia que se respira en esa casa. Ella, representando de forma inteligente el momento previo a la locura. Él, balanceando a la perfección su personaje entre la hiperactividad de bofetada y la dulzura de una criatura ingeniosa y adorable. La banda sonora participa de este juego desquiciador, acompañando en todo momento el cambio mental constante de la madre, cuyo delirio viene y va, como las notas de la tétrica melodía, como los contundentes golpes de música.
La película funciona toda ella como una gran metáfora de la desesperación que provoca la tristeza más profunda. Pero bajo mi punto de vista, le falta didáctica. Jennifer Kent ha querido ser tan sutil que creo que el grueso de espectadores no entenderá el propósito final. La directora ha plagado la película de miguitas de pan, de pequeñas trampas narrativas y visuales para que sea el espectador quien componga el relato y extraiga su propia verdad. Pero creo que el juego es demasiado leve y el desconcertante final no ayuda nada. Otro error garrafal durante el desarrollo es la insistencia en rondar terreno conocido. Una vez el monstruo se hace visible, los recursos son demasiado obvios: sonidos, movimientos, sustos… Esta parte se torna farragosa, repetitiva y manida.
La cinta ha sido alabada en diferentes festivales, incluido el de Sitges, en el que se llevó el premio del jurado y el de mejor actriz, pero a mi juicio, Babadook peca de criptográfica. Lástima.