Mudando la inspiración
Mudarse es, posiblemente, una de las experiencias más desagradables de la vida. Coger toda tu persona en forma de objetos, meterla en cajas y verla desparramada en la calle mientras esperas a que un camión conducido por extraños la pasee por la ciudad, no mola. No mola nada. Te sientes desnudo ante unos desconocidos, desprovisto de toda capa protectora. “No mires mis muebles, guarro”, piensas. Y luego caes en la cuenta de que ese trozo de madera no tiene nada de escandaloso ni revela tus más profundos secretos. Aunque tengo que decir que echando un ojo a la caja de una persona en la que pone “libros” se pueden saber muchas cosas. En mi caso, averiguarían que soy igual de ecléctica en música que en literatura y que tengo cierta debilidad por una señorita apellidada Etxebarría. Lo que nunca podrían saber los husmeadores de cajas ajenas es que durante años he trabajado para la editorial Planeta y que la mayoría de los libros impresos son regalos de un cliente muy satisfecho. Los verdaderos secretos literarios se esconden en mi Kindle y ese no se puede cotillear tan alegremente.

Echando otro ojo al pasillo y revisando mis trastos okupas, el cotilla profesional deduciría que la pirada que se muda no tiene mucha decoración. Solo lo justo y necesario, solo aquello que cumple una función concreta. El pragmatismo me puede. Qué le voy a hacer. En cambio, cinco maletas tamaño familiar obstaculizan la entrada del edificio. Cinco maletones repletos de ropa. Y eso que he donado bolsas y bolsas de prendas que esperaban una nueva oportunidad y ya nunca la tendrán. Hay que frenar esto. Más escribir y menos shopping, Maru.
Por muy frívolo y vacuo que suene, las cosas de uno lo cobijan del hostil entorno. Por eso, llegas a cogerles cierto cariño. En mi caso, fetichista incorregible (más que personista), no tener mis cositas cerca me causa un desasosiego horrible. Amo mis objetos por encima de todas las cosas y no saber dónde están me perturba. Basta con saber que no puedo abrir la maleta para estar deseando ponerme un suéter de hace dos temporadas que descansa en paz en el fondo de la misma. Por eso, las mudanzas para mí son estrés en vena. Puede que trasladar tu vida a otro lugar sea un coñazo, pero vivir en una casa en la que ya no te sientes en casa no es una opción viable. No soy la vecina más fácil de complacer del mundo. Eso lo tengo claro y no lo voy a ocultar. Pero mi paciencia había llegado a su límite. Ruidos dentro y fuera del edificio, un barrio gris cero inspirador (todos los que sois creativos de algún modo reconoceréis la importancia de esto), gente que vocifera día y noche, y no precisamente versos de Shakespeare y un total conflicto de territorio del escritor (¿lo cualo?). Los escritores somos muy tiquismiquis con respecto a nuestro Sitio de Escribir. Supongo que también los hay caóticos y nómadas, pero normalmente todos tenemos nuestro pequeño rincón en el que brota la imaginación sin límites. En mi caso ese espacio se había visto terriblemente contaminado. O vecino gritón o campo de fútbol. Esas eran las opciones. Tenía que decidirme entre dos molestos ambientes. Eso o enchufarme a toda castaña mi socorrida playlist de pajaritos y fuentes. Era hora de cambiar la sede central de marujeopostmoderno. Así que ya está. Nuevo piso, nuevo barrio y nuevo rincón de escribir.

Pero las mudanzas, por muy sencillas que sean, y la mía lo ha sido bastante, nunca dejan indiferente a los que las sufren. Es por eso que las últimas semanas han sido un poco caóticas para mí. Escribir era la última de mis preocupaciones cuando tenía mi hogar reducido a cajas, maletas y bolsas azules de Ikea. Cansancio acumulado, nervios y un proceso de adaptación al nuevo lugar que creo que no ha terminado, pero al cual le queda muy poco ya. Motivos más que suficientes, para abandonar a mis marujiles lectores. Os pido disculpas por ello. Pero ya está, mis queridos conmarujos. La Maru tiene nuevo centro de operaciones y creedme cuando os digo que este es mucho mejor. Así que espero que la calidad de los posts suba como la espuma y que el buen tiempo (puedes venir ya. Gracias) nos traiga temperaturas suaves y temas candentes. Dicho esto, bienvenidos de nuevo y a marujear.
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Tengo esos días que me pega mas lo místico jajaja. Deja el control descontrolarse mujer.
Pues, para mi la mudanza es una de las mejores cosas que me pueden pasar (rarita me dicen 😜).
Esto de encontrarse con antiguos yo en el armario para finalmente dejarlos ir. Que quede en el recuerdo de algo lindo o no y mandarlos al uso de otra persona. O al fondo del mar.
Saber que en realidad somos animales de costumbres no me gusta. Necesito cambios, movimiento y una mudanza me permite reinventarme en mil colores, formas y olores. Allí me doy cuenta que no necesito mucho. Solo un lindo espacio y una mente renovada y en blanco para empezar.
En mis casos varios de mudanza casi siempre no tuve mucho voto de elegir a donde ni cuando hasta hace pocos años de mi independencia. En el camino perdí cosas que no quería, esos objetos que son como talismanes y otras que ansiaba con dejarlas. Pero no hay cosa mas linda que ir descubriendo en el proceso de adaptación un nuevo yo, o el perdido que fue invadido.
Creo en las oportunidades, en los nuevos armarios, en nuevos soles y lunas.
Bienvenida de vuelta!
Uy, qué mística te veo. Yo soy una obsesa del control. Y una mudanza es descontrol por un tubo. He ahí mi problema con los cambios. Pero esta ha sido muy fácil, la verdad.