¿Libertad de qué?

Algunos, los que hemos nacido en democracia, no sabemos lo que es abrir la boca y que te metan un puro. Vinimos al mundo llorando, pero podríamos haberlo hecho criticando la política social del gobierno y no habría pasado nada. Hemos crecido con la televisión, contenedor de todo tipo de opiniones sin censura (aparentemente). Y hemos alcanzado la madurez (algunos más que otros) de la mano de internet, ese ente que ha revolucionado la información, la comunicación y que, la semana pasada, puso en el punto de mira el derecho a la libertad de expresión.

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Con la llegada de redes sociales como Facebook o Twitter, la proliferación de los blogs y la posibilidad de que todo hijo de vecino pueda participar en debates y foros online, la opinión está más de moda que nunca, algo que ya comenté otro post (en este caso en clave de humor). Cualquiera puede decir lo que le plaza, sepa expresarse o no, tenga sentido común o no. Y he aquí el problema. Tener acceso a la información y poder disponer de mecanismos de comunicación no garantiza la calidad de lo publicado. De hecho, en la red, la mayoría de lo que circula es ruido. Información confusa, absurda, mal expresada y, por supuesto, de mal gusto: insultos, calumnias y demás. No es de extrañar que aparezcan casos como el de Sergi B.J., detenido el pasado jueves por amenazar de muerte a políticos a través Twitter. Y aquí se abre un complicadísimo debate.

Jamás defenderé la violencia, no soy partidaria de la apología del odio (de ningún tipo), no me gusta la gente vulgar y poco prudente, pero pedir de 7 a 10 años de cárcel para un chaval de 19 que ha hecho un comentario en Twitter (de muy mal gusto) me parece excesivo. En ningún caso estoy defendiéndolo, que conste, a ver si ahora me van a detener a mí por compinche (que soy roja y valenciana, ya son muchas coincidencias). Burlarse de la muerte de alguien no me parece defendible. Es una falta de respeto hacia la persona en sí, pero sobre todo, hacia la familia en duelo. Desear o pedir la muerte de alguien, además de demostrar muy mal gusto y un corazón muy negro, es delito. Y estoy completamente de acuerdo. Ahora bien, ¿siete años de cárcel? ¿Cuánta libertad cuesta ser corrupto? ¿Y evasor de impuestos? ¿Y maltratador o asesino de mujeres? Creo que el susto, una multa considerable y una pena social serían suficiente condena para un encendido joven sin intención alguna de hacer el mal y, por supuesto, sin conciencia de las consecuencias que sus comentarios (absolutamente fuera de lugar y delictivos) tendrían.

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Esta detención, casualmente, coincide en el tiempo con la sentencia del caso del obispo de Alcalá. El “señor” Reig Plá, el 7 de abril de 2012, en la homilía de los oficios de viernes santo, dijo lo siguiente:

 “Quisiera decir unas palabras a aquellas personas llevadas por tantas ideologías que acaban por no orientar bien lo que es la sexualidad humana. Piensan ya desde niños que tienen atracción hacia las personas de su mismo sexo y, a veces, para comprobarlo se corrompen y se prostituyen o van a clubs de hombres nocturnos. Os aseguro que encuentran el infierno”. 

Todo ello retransmitido en directo por La 2 de RTVE. Pues bien, tras haber sido denunciado por la LGBT, la Audiencia Provincial de Madrid ha desestimado el recurso de apelación al considerar que el obispo estaba ejerciendo su derecho a la libertad de expresión. ¿Los motivos? Sencillos. La justicia considera que la postura del prelado no incita al odio ni a la discriminación de los homosexuales. Y yo me pregunto, ¿es eso cierto? ¿Acaso su discurso no acentúa el desagrado y el rechazo entre los que creen en un cielo y un infierno? ¿Acaso no hace que los miren bajo el filtro del pecado? ¿Acaso no señala con el dedo? ¿Acaso no es un claro insulto a los gays religiosos? (que los hay). El artículo 510 del código penal dice lo siguiente:

 “Los que provocaren a la discriminación, al odio o a la violencia contra grupos o asociaciones, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia o raza, su origen nacional, su sexo, orientación sexual, enfermedad o minusvalía, serán castigados con la pena de prisión de uno a tres años y multa de seis a doce meses”.

braveheart6¿Cuál es la cuestión aquí, la que determina si el obispo es culpable? Que sus palabras inciten, muevan y provoquen el odio. Hombre, cariño, lo que se dice cariño, no veo yo que profese por los homosexuales. Pero, en fin, sigamos, porque este señor tiene tela. No es la primera vez que abre la bocaza para soltar sandeces. Ha tenido palabras para las mujeres: “Conviene indicar que el feminismo ideológico no es más que un paso en el proceso de deconstrucción de la persona”; contra el aborto: “La interrupción voluntaria del embarazo es un holocausto silencioso”; e incluso ha reiterado su postura homófoba añadiendo: “(los gustos por las personas del mismo sexo) pueden ser resueltos positivamente, con una terapia apropiada, especialmente si la práctica de actos homosexuales no se han enraizado”.  Vamos, lo que viene siendo una persona tolerante, abierta y con ganas de hacer amigos. Pero, claro, cuando uno va a la iglesia, ya sabe lo que encontrará. En mayor o menor medida, expresada con más o menos fervor, esta es la postura que defiende la iglesia católica. Si no quieres sentirte insultado, no los escuches. Por mucho que nos esforcemos y que nos toque las narices, esa es su visión de la vida y del ser humano y difícilmente lograremos cambiarla. Al igual que una persona de izquierdas siente, con mayor o menor fervor, desprecio por uno de derechas, y difícilmente cambiará de opinión. Al igual que un ciudadano honrado se siente ofendido cuando sus representantes políticos le toman el pelo abiertamente. Yo puedo cagarme en todo en privado, en un bar, donde nadie me escuche y no pasa nada. Ahora bien, ojito con hacerlo en Twitter que ahora el pájaro tiene ojos hasta en el pico. Y digo yo, si el delito está en expresarse a través de una plataforma pública, ¿qué hay de la televisión? RTVE, la cadena pública encargada de informar a todos los españoles, incluidos los desviados y las mujeres (con derechos y todo). Una cadena pagada con los impuestos de todos, bolleras y maricas incluidos, que debería promover la educación, el respeto y la tolerancia. ¿Darle voz pública al tipejo que defeca sobre estos valores no es delito? ¿Dejar que tache de enfermos a los homosexuales en una emisión en directo no debería estar perseguido por la justicia? En qué país vivimos que es tan posible que dos personas del mismo sexo se casen (de momento) como que se pase por alto el comportamiento homófobo de un representante de la iglesia, una institución que recibe financiación pública y que me pide a través de una cuña de radio que done el 7% a su causa. En qué país vivimos que la alcaldesa de Madrid le pide a San Isidro que le dé trabajo a los que lo necesitan. ¿Por qué votar si podemos enviarle un tweet al santo que toque?

Es delito hacer apología de la violencia y del asesinato (y así debe ser). Pero es libertad de expresión decir en una televisión pública que los homosexuales deberían ir a terapia. Esta diferenciación probablemente sea legal pero ¿dónde queda la ética y la moral? La caza de brujas del individuo ha comenzado y la libertad absoluta de los representantes se ha instaurado como norma. No hay más que ver las declaraciones de Arias Cañete tras su triste participación en el debate. Y, mis queridos conmarujos, esto no ha hecho más que empezar. El caso de Isabel Carrasco tan solo es el mediático pistoletazo de salida que necesitaban. Dentro de nada el sarcasmo será perseguido y la ironía fina, delito. Eso sí, siempre y cuando no esté en boca del obispillo de turno.

Como dirían los Stark, winter is coming.

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