Genio y figura.

Moliere en bicicleta. 

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Hay una fina línea que separa la genialidad del éxito. Y el espectador se preguntará, ¿no pueden darse ambas condiciones a la vez? Normalmente lo que gusta masivamente al público no resulta interesante a los más críticos y exigentes especialistas. O lo que es lo mismo, el eterno dilema al que se enfrenta un artista: hacer caja o hacerse con buenas críticas. Moliere en bicicleta descansa sobre esta dualidad.

Dos actores (los personajes son actores) encarnan esta lucha entre el arte (en este caso el de la interpretación) comercial y el más puro. Por un lado, el figura; actor de cine y televisión, el típico galán, atractivo, refinado, triunfador, que aspira a montar una obra de teatro clásico para demostrar su valía, pues es muy consciente del lastre profesional que supone el éxito televisivo. Por otro, el genio; talentoso, original, un actor de raza, pero profundamente amargado y solitario, tanto que ha decidido dejar de actuar, pues odia profundamente el narcisismo y la superficialidad de la profesión; desprecia ese mundo en el que tan bien se desenvuelve su amigo el de la tele. El exitoso le propone al retirado juntarse de nuevo, recuperar su viejo feeling interpretativo y montar una gran obra clásica: El misántropo de Moliere. Entre ellos hay respeto y admiración mutua, al menos aparentemente, pero en el fondo se apalanca un rencor incurable; se esconden unas heridas olvidadas, casi enquistadas, pero que todavía sangran de forma casi imperceptible. La lucha por el papel protagonista las abrirá de nuevo y dejará a ambos desnudos, con sus virtudes y defectos a la vista.

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La película despierta diferente interés en función del minuto de cinta al que nos refiramos. Le cuesta arrancar y eso hace que el espectador se pregunte si le resulta interesante lo que está viendo. Más tarde, se hallará cómodamente dentro del film. Con una fotografía muy bella y un clima cálido, el adjetivo que mejor define esta película es hogareña. Te sientes a gusto en su interior. Los personajes, a pesar de sus trifulcas, son amigables, apetece pasar un rato con ellos. En cambio, el “pero” recae sobre el sentido del humor, que no acaba de perfilarse del todo. Teniendo en cuenta el título de la obra de Moliere que el guionista y director ha elegido y el carácter del personaje que maravillosamente interpreta Fabrici Luchini, la película pide un sentido del humor más demoledor. Si algo despierta la misantropía es el sarcasmo y la acidez. Y eso no acaba de verse en el film. Una comedia negra habría sido un gran acierto, pues tal y como está resulta blanda y anecdótica. Pero por otro lado, algunas situaciones están tan pasadas de vueltas que se tornan irreales y el espectador no acaba de entender el sentido de estas.

Moliere en bicicleta, una historia de misantropía incurable. De cómo la genialidad muchas veces (por no decir todas) trae consigo como daño colateral la profunda amargura y el desprecio absoluto por casi todo. En cambio, al éxito masivo lo acompaña casi siempre la mala crítica y se le acusa de no buscar la perfección, de estar carente de talento original, de no haber nacido en las entrañas de un atormentado creador. Philippe Le Guay con su película, lamentablemente, se queda en medio de ambos territorios.