El cuento de siempre.

Cuento de invierno.

Había una vez un guionista brillante, tanto como para crear una complicadísima serie de televisión que cautivaría a los espectadores: Fringe. Un buen día, ese mismo autor decidió tirar por la borda su reputación y parir Cuento de invierno, una bazofia de dos horas cuyo mensaje cabalga entre la autoayuda y la evangelización del espectador. Fin del cuento y principio del bodrio.
Estamos ante el clásico planteamiento del bien frente al mal, ángeles y demonios, cuya única originalidad reside en ligar esa manida lucha a la astronomía y dotar al superficial discurso de un aire pseudo científico. Una voz en off nos va dando la plasta a lo largo de todo el film con la típica y recurrente moralina barata made in América. Que si todos somos iguales, que si todos estamos conectados, que si al cumplir nuestro propósito subimos al cielo en forma de estrellas, que si los malos muy malos reciben su merecido, que si el protagonista no es tan malo y que si lo era es que tenía un motivo para serlo… Se me saltaban las lágrimas. De la risa, claro.

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Toda la primera parte de la película es de un inverosímil aplastante. Un ladronzuelo se enamora, así de repente, de una damisela en apuros (cómo no, de nuevo marca de fábrica); enferma pero feliz (vaya, qué buen corazón). La familia de ella, forrada, con cuatro preguntas “inteligentes” que el padre le hace al protagonista, ya da por buenas las intenciones de este y acepta al maleante como yerno. Oh, qué bonito, cuánta igualdad. La segunda parte del film es para partirse. Las incoherencias, al igual que las absurdas reacciones de los personajes, se van acumulando. La trama avanza casi por el mismo milagro del que habla la película. Diálogos tan superficiales como la construcción de los personajes que los vomitan. Y un Colin Farrell haciendo de la más patética y lacrimógena versión de sí mismo. Lo mejor, Jennifer Connelly, que siempre es un placer verla. Lo peor, todo lo demás.

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Una película puede ser aburrida, insustancial, estar mal desarrollada… Pero si además de todo esto, contiene mensajes que de subliminales solo tienen las intenciones, entonces mosquea. ¿Por qué permitir que nos metan con calzador la moralidad religiosa y conservadora del otro lado del charco? En definitiva, un desperdicio fílmico que podría haber durado media hora menos. Seguiría siendo de pésima calidad pero, al menos, más corta.