Lo Imposible. Lo improbable. Lo forzado.

Me repatea. En serio, me jode mucho. Es que no lo puedo evitar. Cuando la gente se vuelca en masa con algo, yo tengo que negarme en rotundo a dejarme llevar por la corriente. Gracias a la vida, mis padres me han educado con suficiente libertad como para echar un vistazo, sopesar si algo vale la pena y luego decidir, aunque eso suponga llevarle la contraria a todo el mundo. Pero en el fondo me parece divertido ser tan contestataria. Por eso no vi Perdidos en su momento (aunque ahora me plantee hacerlo a toro pasado). Por eso no leí Millenium. Y por eso no quería ir a ver Lo Imposible. Cuando las cosas se vuelven puro marketing, para mí, pierden interés. Pero bueno, El Orfanato me gustó, a Bayona ya se le presuponen unos mínimos de calidad, leí críticas muy favorables, etcétera. Pero lo que me hizo decidirme fue una conversación.
El viernes pasado, por cosas de curro, estuvimos charlando con Alba Sola, la locutora que dobla a Naomi Watts (personaje protagonista de la película). Nos contó emocionada cómo había sido el proceso, que había podido hablar con María, la mujer que vivió la tragedia; por si alguien no lo sabe está basada en una historia real (aunque dudo que quede alguien en este planeta que no sepa de qué va Lo Imposible). Bueno, pues eso, que nos dijo que era una película súper intensa, muy emocional, que nos preparáramos porque era muy dura… Total, que ayer, con todo el friazo que hacía, allá que nos fuimos a verla.
     Tengo que decir que me toca bastante las narices el planteamiento de las películas de catástrofes, entendiendo planteamiento como el primer acto de un film y no como la idea o premisa a partir de la cual se desarrolla. Todos sabemos lo que va a pasar, hemos venido y pagado (casi diez euros, por cierto) para verlo. Por eso me repatea el hecho de que dediquen diez-quince minutos a explicarme lo felices que eran todos antes del desastre, las cosas tan superficiales por las que se preocupaban antes de saber que iban a morir por capricho de la naturaleza. Familia feliz, situación bucólica, preocupaciones banales… Me empalaga y me sobra. Además, me parece de una moralidad barata insufrible. “Tú que siempre estás preocupado por las cosas más tontas, no te atormentes porque la vida te puede cambiar en cualquier momento, sino mira, mira la historia que te voy a contar”. Por supuesto, hablo desde el total respeto hacia la familia en concreto y hacia todas las víctimas de aquella catástrofe. Esto es una crítica de la película, no del hecho real. La cuestión es, ¿por qué nadie se atreve a hacer una película que empiece golpeando al espectador sin piedad? Zas, hostia nada más empezar y de ahí p’arriba. Creo que sería una forma muy original y rompedora de iniciar una historia, es decir, sin planteamiento, ir directamente al desarrollo.
     Bueno, dicho esto, llega la ola gigante y empieza el despliegue de medios. A nivel técnico la película está muy bien. La recreación del tsunami es todo un espectáculo. Disfruté mucho, pues me encantan los fenómenos naturales. Pero quitando esto, y excepto algunas escenas espectaculares como cuando María está esperando a que la operen y empieza a recordar los primeros momentos del tsunami, el resto tampoco es nada del otro mundo, nada que no hayamos visto ya, nada que no puedan conseguir 30 millones de euros. Y es que con ese presupuesto hasta Santiago Segura haría una buena película. En los créditos iniciales puede ver que la Generalitat Valenciana había participado. Ahora lo entiendo todo, el déficit autonómico viene de ahí. En fin, bromas aparte, la película es una súper producción y se nota. Las escenas de agua, reitero, son espectaculares. Pero fuera de eso, que por otra parte se presupone, la película no sorprende.
En lo que respecta al componente dramático que tanto iba a impactarme, tampoco es para tanto. Me esperaba una llorera monumental y no se me encogió el estómago ni una vez, ni un mísero nudo en la garganta. La historia en sí es bastante fácil. Se pierden y se encuentran rápidamente, aunque en dos grupos diferentes. Enseguida los rescatan y los llevan al hospital. El niño se vuelve a perder y se vuelve a encontrar rápidamente con su madre, sorprendentemente, viva. El padre da la casualidad de que está en el mismo hospital y que pasa justo por donde están los niños y se rencuentran también. No sé, poca chicha la verdad. Esperaba mucho más desgarro, una lección de superación, sufrimiento a raudales, grandes lecciones de vida. El mensaje que me queda es que el destino es muy caprichoso y que los hay con suerte. ¡Y mucha! Supongo que la historia real fue así y me alegro muchísimo por los miembros de la familia, pero en ese caso, señor Bayona, yo habría elegido otra historia más tremenda.
     Para intentar darle el dramatismo que no tiene, el director juega la baza de la banda sonora, excesiva en la mayoría del film. Una historia dramática no necesita banda sonora, es más, el silencio únicamente roto por los lamentos de los protagonistas la endurece más si cabe. En cambio, aquí el golpe de música es efectista a más no poder. Que suenen los violines, por favor, que los niños van a abrazarse con su padre. Los diálogos son irreales, intentando que el espectador se meta en el drama a la fuerza. La escena del teléfono móvil, para lo que ya la habéis visto, me parece lamentable. Mientras un turista cuenta su drama personal (mucho más desgarrador que el del protagonista), nuestro querido Ewan acapara la atención de los presentes para hacer la llamada de las narices: “Vamos, Henry, llama, no lo puedes dejar así. Vamos, vamos”. Y de repente cobra todo el protagonismo y el pobre turista desgraciado pierde su momento de gloria para cedérselo al pelirrojo.¡Incluso se ofrece a ayudarle! Lo máximo.
En cuanto a la interpretación, excelente trabajo de Tom Holland, el niño protagonista que ya nos cautivó en Billy Elliot. Seguro que volvemos a verlo muy pronto porque esta interpretación lo catapultará al estrellato. En cuanto a los adultos, Naomi Watts, pssss, sin más. Muy sufridora y agonizante, pero tampoco me la creo demasiado. Ewan McGregor, lo prefiero cantando en Moulin Rouge. Su personaje está apenas dibujado. Los dos niños más pequeños apenas padecen, ni siquiera cuando su padre los abandona. Ante semejante fenómeno, una criatura, por muy madura que fuera, se vendría abajo con la misma facilidad con la que lo hacen las palmeras cuando llega el tsunami.
El otro día le comentaba a mi padre, otro cinéfilo empedernido (aunque más clásico), que quería ver la película para ver si realmente era para tanto o si solo se trataba de otro Titanic. Pues eso, aquí no se hunde ningún barco pero hay mucha agua, desde luego. La historia de amor es secundaria pero tenemos otro gran romance, el de la familia perfecta y unida que consigue superar las adversidades. Muy apropiado para los tiempos que corren. En resumen, una gran producción que, como tantas otras, está sobrevalorada. Mucho lerele y poco larala. Supongo que a la gente le gustan los finales felices, les hace conservar la esperanza. Incluso cuando un tsunami llamado crisis económica nos azota, hay familias que son capaces de sobrevivir. Una vez más, nos la meten doblada, pues el problema, tanto en la vida real como en la película, es que los que alcanzan el tronco siempre son los mismos (sino, de nuevo, fijaos en Titanic). Lo deja muy claro el final de la película, y parece que nuestro pequeño protagonista se da cuenta, o eso percibí yo. Mientras los turistas abandonan un país devastado, y ellos concretamente lo hacen en un avión privado, gracias a su compañía de seguros, por el aeropuerto se amontonan los cadáveres envueltos en bolsas de plástico y la gente se pudre en los enfangados y precarios hospitales.
     Bayona ha jugado la baza cebolla, acerca tanto el drama al ojo del espectador que es imposible no llorar. Yo lo conseguí. Primero, porque no pude ignorar los hilos de las marionetas; segundo, porque el sentimentalismo barato no me va. Taquillazo y moralina en vena. Bayona, te prefiero dando sustos.